Connie Garrido.
Justo cuando cruzaba la esquina del hotel donde se hospeda la mayoría de los asistentes a esta muestra, no pude evitar observar a cuatro mujeres, perfectamente a sincopadas saliendo de éste y más, cuando una de ellas ordenó: tomémonos de las manos para que nos vean llegar juntas. De inmediato, comprendí que ese particular conjunto de marrones, azules y rosado no eran más que mi objeto de estudio de esa tarde: Ana Lucila, Gabriela, Mariana y la otra Ana. Ellas, ajenas a mi persigo mental.
A modo de gran preludio, el Maestro Guillermo Heras habló desde el escenario: informando lo suficiente, generándonos interés por el experimento escénico, como él mismo lo nombró al ser un complejo proceso de siete días.
La pérdida, el leit motiv de este cuarteto. ¿De dónde sacaron tantos significantes de esta palabra? Cada uno de los doce actores presentes, reflexionó por lo menos dos. Un tema tan universal, tan abierto, que fue ideal para despertar el genio creativo de estas jóvenes.
1. Obra Corta. Ana Riojas.
Si algo tuvo este texto, fue ingenio. La trama sencilla, sin personajes complejos, tan sólo simpáticos debrayes como un intercambio a Argentina, estudiar Derecho o estar de vuelta en Oaxaca, matizados por la curiosidad de ser encarcelados. Esto es lo maravilloso de la obra: la espontaneidad con que fue escrita. Diálogos de manchas en el piso, construcción de guitarras y la diferencia de padre - padrino, nos permitieron conexiones honestas con ella. Y por supuesto, nos sugirió la idea de la pérdida como un valor relativo y mutable.
2. Una y varias pérdidas. Ana Lucila Castillo.
Desde la marimba que inició este relato escénico, la atmósfera del sur nos envolvió por completo, obligándonos a contextualizar Veracruz en cada detalle. Sin embargo, el dúo de ancianos es un eje universal y ese fue el equilibrio en el que el texto osciló. Aquí tenemos una autora que ha vivido procesos intensos de observación, esto explica porqué siendo tan joven puede hablarnos con esa fluidez de personajes ajenos a ella. Fue conmovedora y hasta cierto punto tragicómica la progresión. Quizá lo único extraño, la entrada a escena de la narradora, cuando los dos ancianos habían gobernado por completo el escenario.
3. Pérdida. Gabriela Román.
He aquí, la clara prueba de las bondades del distanciamiento: Una inteligentísima autora que sitúa la acción en París, ejecutada en su mayor parte por una simpática colombiana, colocando estratégicamente al mexicano, matizados por un pretensioso cubano. Esto fue maestría, pues logró una completa conexión con el espectador, una entrega de ambas partes, una identificación que se pronunciaba cada vez más durante la obra y que logró un proceso de reflexión universal en la mayoría de nosotros. Actores brillantes, con un tono preciso y un compromiso con el texto. Un autobús – juguete que adornó de una manera absurda y genial la escena. Quizá, este fue el clímax de todo el cuarteto.
4. Umbral de Sueño. Mariana Chávez.
Es reconocible la profundidad de esta autora, las bellas metáforas que construyó al principio de cada escena pero, por alguna razón, el mensaje no logró claridad. Hay una verdadera preocupación por su contexto y su cultura, un mensaje social que en los otros trabajos no se manejó, sin embargo, hubo una especie de niebla que no permitió apreciar el texto ni las actuaciones. O tal vez ese era el propósito de la autora, dejarnos con esa sensación de confusión y somnolencia ante el conflicto presentado.
Fue maravillosa esta muestra, donde un veterano director convierte en símbolos tangibles los pensamientos de jóvenes principiantes, donde se demuestra que cuando hay reciprocidad y fe entre autor – director, es posible lograr una síntesis genial de ambas lecturas.
Por cierto, hasta esta muestra fui consciente: Lo que antes eran escenas nada más, en la actualidad ya son obras enteras. ¿Quizá ahora resolvemos conflictos a mayor velocidad?