Un par de acercamientos al Cazador de Gringos de Serrano, con dirección de Jorge Rojas; Hermosillo, Sonora, México.

02.07.2010 06:39

 

La gente reaccionó como si estuvieran viendo gringos de verdad, disfrutando y riendo a veces sin razón alguna y sobre todo, pienso yo, que les dispararan, así como lo hacen ellos desde sus trincheras o sus ranchos. La ley antiinmigrantes en Arizona, estado que en antaño fue parte de nuestra república, es ahora una entidad a la que no se puede entrar, bueno si, pero bajo riesgo, ya que, traigas o no papeles, te pueden confundir con un espalda mojada –por aquello del río bravo- y ser interrogado y además, hacer pasar algunas vergüenzas, algo que les encanta a los kukuxklanes, la humillación.

Cazador de Gringos de Daniel Serrano, es una alegoría utópica del mexicano que incapaz de imponer un orden de respeto por nuestra tierra, ideas y convicciones, lucha todos los días con impotencia, la soberbia de verse menospreciado, ninguneado, tazado a un rango inferior, como Alemanes a Judíos.

La obra siempre es observada, no solo por el espectador, que divertido reacciona ante las locuras de Heberto, aspirante a mártir y las ironías de un falso ignorante, Nico, sino por dos personajes, viejos ambos (José –Juan Loaiza-y Remedios –Sarahí Noriega- [cuya presencia actoral, vocal, aunado a una iluminación escueta demeritó en gran medida, y eso si que fuera de todo contexto actoral cada una de sus escenas, lástima, ya que como recurso fue valioso]) que en las alturas y aparentemente fuera del contexto discursivo de la obra, viven las locuras de todos, para regocijarse de lo que nunca pudieron hacer, y que además no quisieron, para que, si la ilusión mata y la realidad te come; ellos también son los oprimidos, pero con café en mano, tabaco y recuerdos, transcurre su vida, que quizá acabe pronto.

La contradicción implementada por el director (Jorge Rojas) al poner en el tendedero una toalla con la figura de un dólar y al extremo contrario unos trapos con los colores de la bandera mexicana, nuestro lábaro patrio, es significativa, porque entonces decimos, pero no hacemos, los odiamos, pero los visitamos y hasta los alabamos, es mejor todo lo que se hace en Estados Unidos, los americanos según ellos, pero amo México. Y vuelvo a la argumentación que es positiva, los viejos en las alturas, como yéndose a mejores lugares donde todo sea parejo y los de abajo perdidos en falsas expectativas, gringo incluido, los mexicanos estamos por arriba de los gringos, una falacia patriótica, pero que los medios la manejan a su antojo vía políticos y poderosos.

La puesta en escena, que nadie pensó que el respetable se divirtiera –las obras divierten-tanto (risas), padeció el principio actoral, donde un Heberto (Vicente Benítez) algo tenso y hasta tímido, balbuceaba su texto, encontrándole poco sentido a su personaje, que en su carácter requiere de un loco sano, impecable, duro, rudo, altanero y solo débil ante la autoridad femenina (Laura Hurtado) que en su calidad de esposa abandonada se crea de un carácter hostil que repercute en un personaje imponente, que sin embargo, ante la nula respuesta actoral de su marido, es decir, esa interacción entre actores, provoca letargo, que después del principio es altamente solucionada a la entrada de Nico, (Arturo Velázquez [con tatuaje inverosímil]) que con ese personaje aparentemente débil e ignorante, perfectamente estudiado y analizado dinamiza la escena hasta el punto de resolver el ritmo que no se pierde hasta de nuevo su salida. Nico es el bendito mendigo arrabalero que con sus ocurrencias, el que lo ve se identifica hasta el punto de provocar catarsis colectiva, y orgasmos dúctiles en beneficio de una obra de humor agrio, se convirtió en el desfogue emocional de muchos, incluidos actores.

La respuesta al odio de un mexicano cazador de güeros que hablen algo parecido al inglés, infeliz por el sufrimiento premeditado que provoca la anuencia de un pueblo que siempre malgastado se atora en las políticas agachistas, es retratado en la obra de Serrano, que al asesinar a un chicano, que se dice mexicano, y que tal vez lo sea, o lo fue, ironiza lo desgastado del pensamiento ante el odio malformado y cruel: “recuerdo, no se donde, ni cuando, un güero ojos azules fue linchado; los manifestantes anti yanquis, lo vejaron por el simple hecho de verlo de piel blanca, ojos azules y con un idioma raro, el tipo, era europeo”.

La obra que realista es, y que se trató de trabajar casi naturalista, que no es porque los errores de estilo existen, se ubica en el techo de una casa pueblerina, donde la guerra empieza, y termina con la muerte del gringo (Jhonatan Tautimez) como conejo de pascua y con un ciclorama con los colores patrios de nuevo; viva el bicentenario.

 Fernando Muñoz

 

 

Carlos Sánchez

 

Qué más si no la frustración nos lleva a la cólera, la reacción, la rabia. Insistir en el racismo es, en este instante, y desde tiempo ha, una gota de agua en el cráneo de México. Constante. Insisten los políticos estadounidenses, y crean sus corrales jurídicos para reprender a los que buscan el bocado, mediante su trabajo, en tierras gabachas.

No es de gratis, ni una coincidencia, que El cazador de gringos, del dramaturgo sonorense Daniel Serrano, toque el vientre del sempiterno y polémico tema de la migración. Lo plantea, esos sí, con desmesurada capacidad lúdica, como pretendiendo que nos duela menos la agresión, la burla, es escarnio del cual somos víctimas los de acá de este lado. Los güeros como victimarios. Sólo que en la creación de Daniel Serrano, y partiendo de que la mente cobra su libertad para hacer existir, los güeros son el objetivo en la mira del rifle de un mexicano.

Jorge Rojas Fernández, guatemalteco y por ende conocedor también de las vejaciones que se ejercen todos los días en la frontera en contra de sus coterráneos, en ese intento de cruzar hacia allá, reúne al reparto preciso y los va dejando ser en sus propuestas actorales: Vicente Benítez, Laura Hurtado, Arturo Velázquez, Jhonatan Tautimez, Juan Loaiza y Sarahí Noriega.

Ellos, algunos egresados de la Academia de Arte Dramático, otros maestros de la misma escuela, se trepan a esa azotea donde ocurre la vigía constante en esa obsesión de cazar a los gringos.

Heberto, que es Vicente Benítez, el actor, mantiene ese pulso de rencor prendido de su mirada, de su enardecido discurso, el cual, en el desempeño de la obra, hará saber mediante su víctima que es Tony (Jhonatan Tautimez), miembro de la Border Patrol, que las rencillas van más allá que la negación al acceso de los connacionales para ingresar al país de las barras y las estrellas.

El rencor se concentra también en la pasión por los hijos, y las consecuencias para la fijación contra los estadounidenses, es la relación de la hija de Heberto con un “gringo prieto”, que un día se la llevó.

Jugar con el tiempo en el escenario es una virtud del dramaturgo. Construir la escenografía es el acierto del mismo director: Jorge Rojas. La atmósfera precisa para hacer sentir al espectador que los personajes habitan una azotea, y con los mismos efectos de iluminación, se dejará sentir la resistencia, esa condición social que no va más allá de los ingresos de un salario mínimo.

Durante el desarrollo de la obra, aporta también a una atmósfera de frontera, la musicalización: sonidos de claxon, el ruido constante de motores den marcha, las canciones de identidad mexicana como La puerta negra y Árboles de la barranca.

Al leer el título de la obra, posiblemente uno como espectador pensará que es un guión escrito en venganza contra la ley antiinmigrante SB 1070, o tal vez la conclusión sea que la propuesta es coyuntural. Pero ocurre que esta obra fue escrita y publicada hace ya algunos años. Porque sabido es por todos que el problema del racismo, en Estados Unidos, tiene ya su historia.

Y posiblemente al conocer el título de la obra, uno se convierta en espectador y ya en la butaca a esperar el discurso ideológico, la protesta, la marcha, la consigna sobre una manta. Afortunadamente, el dramaturgo se despoja de cualesquier posibilidad de retórica o panfleto, y escudriña más que el planteamiento social (sin dejar de serlo), el sentimiento de un padre que por pasión va de a poco construyendo una idea de venganza. Al subrayar en el paréntesis la frase: sin dejar de hacerlo, el objetivo es que no se soslaye esa dosis de ideología que también está en la obra.

Se agradece la puesta de este texto, sobre todo en este instante (o cualesquier otro), porque la inteligencia es una esfera que engloba la obra misma, desde la dramaturgia, hasta la dirección y actuación.

El dramaturgo hace lo suyo mediante la creación de los personajes. Los actores prestan sus cuerpos, sus voces y nos llevan de la mano durante casi una hora al análisis de un tema que tratado así, nos provoca también la risa. El director tiene tacto, por eso en este tiempo El cazador de gringos fue el argumento para que ese miércoles de mayo, y por la noche, teatro Emiliana de Zubeldía no se diera abasto en sus butacas.

Reírnos de nuestra tragedia, se ha comprobado una vez más, en esta puesta, es y será un paliativo para disminuir los dolores, sobre todo cuando uno puede ver a un gringo sometido por un mexicano. La crueldad será la misma si la violencia es de aquí y hacia allá, contra los del gabacho, sólo que en la inteligencia del dramaturgo, las acciones de los actores arrancan la sonrisa del público. Porque la venganza a tanto desprecio, se da de a poco, y entre diálogos irónicos.

En esta obra de teatro, un integrante de la Border Patrol, por decisión del escritor Daniel Serrano tiene que enseñar sus papeles y dar explicaciones a un mexicano. ¿Eso no es realismo mágico?