Rambla luminosa

09.12.2010 14:33

 El circo de Kamchatka

 

En la calle notariat muy cerca del CCCB en pleno corazón del Raval estábamos esperando a Flavia que se había quedado en su piso empacando las provisiones para Bruno, su hijo de dos años. Teníamos el tiempo contado para llegar al FORUM donde estaba la carpa del Cirque Solei. Salíamos retrasados porque yo llegue tarde porque salía de dar clases de capoeira del Liceo Francés y no podía llegar antes al piso del matrimonio Figueras. Había quedado con ellos para ir al Cirque porque como buen becario que soy, he asimilado que no puedo seguir de bar en bar y me he conseguido unos amigos más intelectuales. A Flavia la conocí en los cursos de catalán y a través de ella conocí a su marido y a su obra literaria. Marcelo es un escritor argentino que publica sus libros en la editorial Alfaguara y ha trabajado escribiendo algunos guiones de cine. Unas semanas antes, me leí una de sus novelas y de la cual sale uno de sus guiones más elogiados Kamchatka. En la novela de Figueras un niño de unos 9, 10 años cuenta su vida como hijo de un matrimonio de activistas políticos perseguidos por la dictadura argentina. La voz narrativa del niño cuenta con inocencia la desgracia que vive su familia echando mano de su imaginación y de sus conocimientos científicos, humanísticos y artísticos. El resultado es una novela completa que lleva a reflexionar sobre la educación, la infancia, la familia, el poder, la sociedad, las relaciones humanas y sobre todo de ese no lugar que no existe físicamente pero ésta en quienes luchan contra el mundo en contra de la deshumanización. Cuando íbamos en el metro Marcelo llevaba entre sus brazos a Bruno para poder ir más rápido un vez que llegáramos a la estación de FORUM. Cuando el metro paro salimos corriendo y entre gritos de “es por aquí” “no, es por aquí” “¿ya ahora por donde?” fuimos buscando el camino a la carpa del circo. Para variar, como buenos latinos que somos, llegamos tarde a la función, pero no tanto como para arrepentirnos.

 La temática de Varekai es la vida en los arrecifes y el vestuario emulaba la piel de los peses, las medusas y los corales. El escenario con toda y su sencillez minimalista emulaba esos bosques submarinos de algas en donde los peses viven, buscan comida y se reproducen. En si el espectáculo de este circo es llevado a otro nivel estético en el que cada una de sus versiones recrea mundos atreves de los malabares, las acrobacias, la danza aérea,  etc. Sus artistas llevan hasta sus límites las posibilidades de movimiento y de acción del cuerpo humano, que unido al vestuario y al escenario hacen del espectáculo una experiencia estética cautivadora desde principio a fin, tanto a un niño de dos años como a un anciano. En el espectáculo no hay reflexiones políticas ni científicas solo es la recreación de un mundo espectacular en movimientos, colores, luces e imágenes que abren un paréntesis en las vidas de los espectadores. En este sentido el Cirque Solei se vuelve un no lugar en el cual se recrean mundos, en este caso el mundo de los arrecifes, no para sobrevivir de una dictadura militar o de una estúpida guerra contra el narco, pero sí de la deshumanización que nos hace perder la capacidad de asombro con tantas muertes y desgracias en los noticieros. De aquí que el circo sigue teniendo la importancia social que tenía en sus orígenes, el de impresionar a los hombres, porque mientras estos sigan teniendo capacidad de asombro mantendrán algo de su humanidad. No describo más este no lugar que recreo el circo quebequense, no porque no valga la pena, sino por todo lo contrario. Porque quizás la mejor forma de describirlo es con la cara de asombro que tuvo Bruno por más de dos horas, pero para eso se necesitaba haber llevado una cámara fotográfica.

Hermes Díaz Ceniceros

Barcelona.