Sonora, carcajadas y otras cuestiones.

08.04.2012 14:58

 

por Wichy García Fuentes.

En un momento muy particular para el teatro de Hermosillo, cuando aparecen al unísono una cantidad notable de estrenos y reposiciones, sobre todo en espacios alternativos y, para variar, sin más divulgación que las redes sociales de internet, acontece la graduación de un grupo de estudiantes de artes escénicas de la Universidad de Sonora, y con ella la presentación de Sonora Carcajada, un espectáculo de teatro-cabaret, resultado de un taller a cargo del reconocido actor, director y activista social oaxaqueño Tito Vasconcelos.

Como ya es costumbre local, los jóvenes estudiantes universitarios – casi siempre guiados por mano experta o foránea – siguen llevando el paso de la novedad y el experimento en todo el noroeste mexicano. Todavía no se consigue que el gran público, o la prensa, asuman el significado, o bien la responsabilidad de difundir con justeza esta eclosión teatral de primavera, pero aunque se dé más divulgación a las puestas comerciales que llegan de la capital, con figuras mediocres de la televisión y muy discutibles valores artísticos, los incansables artistas escénicos de Hermosillo siguen enfrascados en sacar frutos de las áridas arenas del desierto. En este esfuerzo conjunto, como en buena parte de la historia del teatro mexicano, el teatro universitario parece marcar el pulso del fenómeno coyuntural, ese que si bien crece cuantitativamente, aún necesita de modernidad, nivelación internacional y mucha más confrontación mutua para alcanzar niveles cualitativos a tener en cuenta a largo plazo.

Siempre vale la pena recordar que la producción universitaria está exenta de las presiones económicas que sí atormentan a los grupos independientes, y que de cierta forma es más holgado crear sin el pie forzado de la taquilla y la renta leonina de las salas oficiales. La academia patrocinada por el estado puede ser entonces un buen caldo de cultivo para el riesgo, como en efecto ocurre en este espectáculo que, paradójicamente y quizás por el recurso del cabaret, del bufo y las temáticas de actualidad, podría trascender más allá de un público de élites intelectuales y llegar hasta audiencias mucho más heterogéneas.

El teatro cabaret, aunque con antecedentes que se remontan a los café-concert de la Revolución francesa, tuvo su definición actual en los años sesenta del siglo pasado, con el auge de las vanguardias y la necesidad de expresarse escénicamente conforme a los vertiginosos cambios sociales y culturales de aquella década hippie y guerrillera. A la vez que se invadían las plazas, también el viejo recurso del cabaret parisino servía a actores, directores y dramaturgos para hacer un híbrido entre el teatro convencional, el vodevil, la libertad sexual y las noches bohemias de sus creadores. Y así, con el empuje de lo inmediato, de los tópicos de actualidad política y social, este equipo de la Unison recupera un estilo que también tuvo su máxima expresión, en el país, precisamente con su pedagogo y director, Tito Vasconcelos, considerado el padre de esta manifestación escénica en México.

Los valores de la puesta saltan a la vista. En primer lugar, la preparación académica de sus integrantes, quienes no sólo muestran habilidades dancísticas y vocales, sino que también resultan buenos ejemplos de un adecuado método interpretativo. De hecho, la caracterización de personajes, a partir de arquetipos que exigen los sketches y monólogos de comedia, no cae en el facilismo de la máscara externa o el cliché, tan recurrentes en este medio cuando se busca la risa fácil, sino que se sostiene en cuidadosos patrones socioculturales, orgánicos y convincentes. Ni siquiera el contacto directo con el espectador – regla por demás, del cabaret – reduce la credibilidad en interpretaciones como la de Lula la Buchona, de Karen Momo Ruiz, que convierte un inodoro público en improvisado altar, logrando un memorable cuadro cómico, repleto de vicisitudes perturbadoras, pero bordado con esmerada fineza, o Doña Perlita, la señora madura a cargo de Maricela Gutiérrez, que consigue apropiarse del espíritu de tantas señoras vecinales, y desde la minimalista soledad de una parada de ómnibus, hacernos partícipes de sus más recientes sorpresas en materia de sexualidad.

El espectáculo, de facto, es mayoreado por las mujeres, quienes no sólo rebasan ampliamente en número a los muchachos, sino que dominan la mayor parte de los mejores momentos, vocales y de comedia.

Las fisuras más evidentes, diríase muy mejorables y factibles de desarrollo si no fuera por la circunstancia fatal de que, justamente por ser un espectáculo académico de fin de carrera, está predestinado a desaparecer con la graduación de sus integrantes, se resienten en la estructura dramatúrgica y en ciertos manierismos instructivos que, con forma de mensajes explícitos, parecen contaminar a este grupo desde la presentación de Sor Juana en el Spa. Por una parte es posible una media hora menos de función, para lo cual ayudaría la poda de segmentos menos felices que estabilizarían mejor la progresión entre cuadro y cuadro, así como la eliminación de arengas aleccionadoras que sólo reiteran innecesariamente lo que ya quedó claro en la dramatización.

En lo técnico, la defectuosa adecuación acústica al espacio del museo (dificultoso de por sí en lo visual a causa de las inevitables columnas que dejan muchos ángulos ciegos al espectador), hizo ininteligibles una buena parte de las letras cantadas, al punto de que los temas finales, donde los actores prescindieron de las diademas, resultaron un alivio para el oído, pues se escuchaban con mucha más claridad que con la previa amplificación.

En cualquier caso el formato para teatro-cabaret implica inmediatez y temáticas efímeras. Lo valioso del experimento no radica tanto en el problema de por quién votar para presidente – una crisis graciosamente escenificada con tres ridículos aspirantes al supremo puesto de la nación, pero que no durará más de medio año a partir del estreno – sino en el proyecto mismo de un espacio escénico que, sin dejar a un lado la excelencia actoral (con música en vivo además, de muy notable ejecución), pueda mantenerse como un espejo burlesco, a la vez que activamente analítico, de la realidad y las vivencias limítrofes del espectador.

La cuestión ulterior que me inquieta, más allá del estreno mismo, y volviendo al tema de los egresados y su inminente paso al mundo real, es si estos chicos encontrarán, una vez finalizado su último semestre, un espacio para crear y experimentar en condiciones aceptables de producción, guiados por personalidades prestigiosas importadas, o si engrosarán las filas de actores graduados que una vez gozaron las bondades universitarias y que hoy andan de proyecto en proyecto, sobreviviendo entre chamba y chamba, a veces con suerte y otras apenas asumiendo que hay cuentas que pagar y familias que mantener.

Por el momento están ahí los muchachos de la Licenciatura en Artes, opción teatro, en una sala del Museo, mostrando un poco más del buen gusto que sigue siendo costumbre en las propuestas de la universidad, y aportando una opción de esparcimiento inteligente, con carcajadas, vino y cacahuates, para los fines de semana en Hermosillo.

-Publicado en Dossier Político.