TEATRO Y VERDAD
TEATRO Y VERDAD
Hace tiempo, un periodista, charlando con el famoso director escénico inglés Peter Brook, le preguntaba sobre la relación entre el teatro y la vida. Brook, en ese momento dio una respuesta ingeniosa y llena de significado “El teatro y la vida son la misma cosa, la única diferencia es que el teatro es verdad”. Ante esta declaración sumada a las reflexiones de que la escena se construye con ficciones empapadas de emociones reales o la idea de que actuar no es igual a fingir de ninguna manera; nos llegan varias preguntas y reclamos.
Si tomamos como base que ficción no es fingir, que la emoción debe ser real para que el texto en blanco y negro de la dramaturgia logre cobrar vida en el escenario, si los sentimientos reales están ausentes de la escena, si las acciones físicas se basan en el hacer como que hago en vez de el simple y mejor hacer realmente, si lo que sucede en el escenario es puro y simple fingimiento consentidor, es que algo grave, muy grave está pasando en el teatro universitario.
De lo anterior no tienen la culpa los alumnos de ninguna manera (nadie les ha dicho como hacer lo que se debe), nadie les ha enseñado que voz y cuerpo que cuidan con rigor se desploman sin el apoyo de emociones reales, nadie les ha enseñado que la actuación es algo muy distinto de lo que sucede en las telenovelas o en Mujer, casos de la vida real o en cualquier espectáculo de Polo Polo.
La Academia de Arte Dramático de la Universidad de Sonora, debe enseñar a ver, enseñar a hacer, ser congruente con su nombre y función, sobre todo ante estos jóvenes que, llenos de entusiasmo y pasión se acercan a ella para hacer bien aquello que les apasiona: El Teatro.
Las ganas y entusiasmo de los jóvenes de las nuevas generaciones se diluyen en escena ante la falta de técnica, ante la falta de brújula, ante la nula conciencia de las reglas de fondo de la actuación. Los salva solo el talento (a unos cuantos), los salva la complacencia del público ante las concesiones que el director les hace (consiente o inconscientemente), los salva la buena construcción de algunos diálogos, pero lo triste de este asunto es que ellos (los jóvenes) no quieren salvarse; quieren crear.
Hay que invitar a estos estudiantes (futuros actores) a volar, a crear, a revisar que tan profundo puede ser su calado emocional, hay que permitirles la oportunidad de enseñarnos que traen dentro, que cosas quieren decir como su verdad. Pero sin armas, la lucha, o está perdida, o por lo menos es muy desventajosa para ellos. Así que invitemos a los maestros de estos jóvenes a trabajar con el fondo de la técnica y no solo con la forma, para que (para bien de todos) el teatro y la vida vuelvan a ser iguales, salvo que en el teatro haya verdad.
Alejandro Cabral
Matria, Arte en Escena